A lo largo de la historia de la humanidad nos encontramos con grandes personajes: maestros de moral, profetas, fundadores de religiones… pero de todos ellos sólo Jesús pretendió ser más que un profeta, el Hijo de Dios.
Él se presentó así al mundo, y no sólo era el Hijo de Dios, sino que fue enviado por Dios Padre con un propósito. Una misión muy concreta que sólo Él podía cumplir: reconciliar a la humanidad con Dios: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados” (2ªCor.5,19).
Por eso, los discípulos de Jesús, las personas que pasaban la mayor parte del tiempo con Él, predicaban un mensaje simple pero rotundo: “en ningún otro [Jesús] hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech.4,12). Es decir, que fuera de Jesús, no es posible esa reconciliación con Dios Padre.
Y ese anuncio de reconciliación con Dios a través de su Hijo Jesucristo, es el mismo mensaje que tenemos los cristianos para todo el mundo en la actualidad. Se trata de un mensaje universal, que se ofrece a todos, sin excepción ni limitaciones. Independientemente del origen del individuo, de su estatus social o de su color de piel. Dios quiere reconciliarse con sus hijos, y por esa razón envío a Jesús a morir por nuestros pecados.
En la biblia vemos un pasaje que habla claramente de este mensaje: “Dios nuestro salvador, quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos” (1ªTimoteo 2,4-6).
Esta reconciliación con Dios es posible, Jesús lo ha hecho posible. Porque Jesús, era más que un profeta.
Por Ismael Buch
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