Esta Iglesia, como consecuencia de su fe cristiana, tiene su base doctrinal o credo en las Sagradas Escrituras, conocidas por la Santa Biblia, que acepta como base de fe y regla de conducta, que se expresa así:

I. Las Sagradas Escrituras

Creemos que sólo las Sagradas Escrituras son Palabra de Dios, que han sido escritas por hombres divinamente inspirados, que tienen por objeto la revelación del Salvador y de la salvación. Que tienen por contenido la verdad sin mezcla ninguna de error ni contradicción en sus documentos originales, que revelan los principios según los cuales hemos de ser juzgados por Dios. Que son, hasta la consumación del tiempo, siempre autoridad.

II. Dios

Creemos que hay un solo Dios verdadero, soberanos, personal y eterno, perfecto en justicia e infinito en poder, sabiduría y bondad; el cual es Hacedor y Sustentador de cuanto existe.

Creemos que en la Unidad de la Divinidad existen tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, los cuales son iguales en sustancia, atributos divinos y gloria.

III. Cristo

Creemos que Jesucristo es Dios manifestado en carne, que en Él concurren dos naturalezas: la divina y la humana, constituyendo una sola persona indivisible por toda la eternidad.

Creemos en su concepción virginal por obra del Espíritu Santo.

Creemos en su naturaleza y vida sin pecado, sus milagros, su muerte vicaria y expiatoria, su resurrección corporal, su ascensión, su obra de mediación única y segunda venida en poder y gloria.

IV. El Espíritu Santo

Creemos que la persona divina del Espíritu Santo convence al mundo del pecado, de justicia y de juicio, regenera al pecador y santifica al creyente, en el cual mora como prenda y garantía de su salvación eterna, para fortalecerlo, consolarlo y conducirlo en una vida de obediencia a Dios.

V. El hombre

Creemos que todo ser humano, por naturaleza, es pecador, con una tendencia innata al pecado y una conducta pecaminosa y, consecuentemente, está destituido de la gloria de Dios y muerto en sus delitos y pecados.

Esta muerte conduce a la condenación eterna, a la eterna separación de Dios si el hombre no es regenerado en virtud de la redención de Cristo.

VI. La Salvación del hombre

Creemos que Cristo murió en sacrificio expiatorio por el hombre, que su sola muerte vicaria hecha una sola vez es suficiente para la salvación.

Creemos que el Espíritu Santo imputa, por medio de la fe, al hombre arrepentido la justicia de Dios hecha por Cristo en su muerte vicaria, justificándole.

Creemos que el Espíritu Santo, en el momento de la conversión, regenera, bautiza y sella al creyente dotándolo de una nueva naturaleza y viene a morar en él.

Sin este bautismo del Espíritu, nadie puede entrar en el Reino de Dios.

Creemos en la certeza de la salvación eterna del creyente, basada en la fidelidad de Dios a su Palabra, en las operaciones que Él ya ha efectuado en sus hijos, y en la continua preservación de los suyos para aquel día.

Creemos que, por parte del hombre, se requiere el arrepentimiento y la fe en Cristo.

VII. La Vida Cristiana

Creemos que la regeneración lleva a una nueva vida. que esta vida nueva es sostenida por el Espíritu Santo, el cual prosigue su acción santificadora en el creyente, capacitándolo para vivir santamente y servir a Cristo, llevando frutos de buenas obras que glorifiquen a Dios.

VIII. La Iglesia

1. Su Naturaleza

Creemos que todos los redimidos constituyen la iglesia universal, son miembros del cuerpo cuya cabeza única es Cristo.

Creemos que una iglesia – en el sentido congregacional local – es una agrupación de creyentes en Cristo, bautizados según las enseñanzas del Nuevo Testamento, unidos bajo la dirección sagrada del Espíritu Santo para adorar a Dios y difundir el Evangelio, para ejercer los dones, derechos y privilegios otorgados por la Palabra de Dios y para promover la edificación de sus miembros y practicar las ordenanzas de Cristo.

2. Su Gobierno

En su gobierno, cada iglesia es autónoma, sin más sumisión que la que se debe a Cristo y a las Sagradas Escrituras.

3. Sus Oficiales

Los oficiales de una iglesia son los pastores y/o presbíteros – ancianos – y diáconos.

4. Sus Ordenanzas

Creemos que el Señor Jesucristo dejó establecidas dos ordenanzas para ser observadas por los creyentes. El Bautismo y la Santa Cena.

El Bautismo, símbolo de nuestra muerte y resurrección a nueva vida en Cristo, se efectúa al creyente en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, después de que éste haya dado público testimonio de su fe en Jesucristo.

La Santa Cena fue instituida para conmemorar la muerte de Cristo y debe celebrarse con pan y vino, símbolos del Cuerpo y de la Sangre del Señor respectivamente.

IX. La Vida Futura

Creemos que, con Cristo, el Reino de Dios vino a este mundo; y que este Reino hallará su plenitud y consumación total en la Segunda Venida de nuestro Señor Jesucristo.

Creemos en el retorno visible de nuestro Señor Jesucristo en poder y gloria, en la resurrección de los muertos en el juicio final.

Creemos en unos cielos nuevos y una tierra nueva y en el Reino eterno de Dios.

X. El matrimonio

Creemos en el matrimonio como institución divina primigenia creada por Dios, por medio de la cual, libre y voluntariamente, un hombre y una mujer, nacidos como tales, se unen de manera estable y permanente para vivir juntos, amarse, respetarse, ser de ayuda mutua y constituir un hogar de bendición para si mismos y, en su caso, para sus hijos y el entorno que les rodea.

XI. La Familia

Creemos que la familia fue diseñada para constituir el germen y la base de la sociedad, por lo que la iglesia debe desarrollar una pastoral de apoyo con el fin de fortalecer la institución familiar, al creer que el incremento de las familias saludables según el modelo del Evangelio favorecerá también la buena salud de la sociedad.

XII. La Autoridad Civil

Creemos que el gobierno o autoridad civil existente por disposición divina, para los intereses y el buen orden de la sociedad humana y que debemos orar por los magistrados honrándoles en conciencia y obedeciéndoles, salvo en cosas que sean opuestas a la voluntad de nuestro Señor Jesucristo, único dueño de la conciencia y príncipe de los reyes de la tierra. Jesucristo ordeno dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios y, con ello promovió la libertad de acción del poder civil, pero también de su Iglesia, que en todo momento es y debe de ser responsable de sus propios actos, debiendo proteger su plena autonomía y la libertad tanto en su forma de organización como en la forma de adoptar sus decisiones. Es, por ello, que creemos que las decisiones espirituales o que afecten a cuestiones doctrinales de esta entidad no son susceptibles de ser posteriormente revisadas por las autoridades estatales.