Es reconfortante ser bien recibido al visitar a alguien en su casa. Un felpudo bonito que diga “Bienvenido a casa” es una buena manera de comenzar con buen pie la visita. Que nos inviten a pasar y nos den la opción de descalzarnos, que nos hagan pasar al salón y nos ofrezcan asiento en el sofá, que nos pregunten si queremos una taza de té o café para acompañar un tiempo de charla tranquila son ingredientes para una tarde perfecta. Y si el anochecer sorprende la conversación, que el anfitrión nos invite a una cena improvisada que se alarga con el aliño de risas y buenas historias es el colofón a un plan de ensueño.
Pero hay un segundo nivel. Porque el anfitrión bien pudiera mostrarte una habitación y ofrecértela para cuando quieras quedarte, hacerte un hueco en un armario para colgar algunas de tus pertenencias o incluso darte un vasito de cristal donde dejar tu cepillo de dientes en el baño de invitados. Hasta cabría la posibilidad de que te ofreciera un hueco en la pared en el que colgar tu cuadro favorito o alguna foto familiar que adornara la casa y le diera color a ti. Sin embargo, existe un riesgo. Que al colocar el cepillo de dientes descubras una tableta de pastillas de Sertralina o Lexatin y caigas en la cuenta de que en esa casa hay alguien que sufre. Que al mirar a la esquina del baño te topes con el cesto de ropa sucia. O que al dejar la taza en el fregadero te ensucies con la vajilla de la cena anterior. Pero el riesgo merece la pena, porque un hogar tiene sus cosillas, como las tienen los que lo habitan.
Y el nivel supremo, el de experto, viene cuando el anfitrión agita algo que tintinea y brilla a partes iguales. “Toma tus llaves, esta es tu casa”, dice tu amigo o amiga. “Puedes estar aquí todo el tiempo que quieras, entrar y salir, reír o llorar, cocinar o cambiar una bombilla fundida”.
¿Y tú? ¿Tienes llaves de la iglesia? ¿Te sientes en casa, o solo estás de paso? ¿Has venido para tomar un refresco rápido o para escuchar y ser escuchado? ¿Te interesa que la decoración sea bonita o ni siquiera sabes el color de las paredes? ¿Estás dispuesto a salir a tirar la basura, fregar los platos, hacer la cama y poner la lavadora?
Somos una iglesia abierta a todos y a todas. Somos una familia de acogida, porque acogidos nos sentimos en los brazos de Dios. Somos hermanos y hermanas porque Dios es nuestro Padre. Y tenemos hueco para ti.
Toma tus llaves, ya estás en casa.
Nuestra casa.