Creer la Palabra para vivirla

Recuerdo una viñeta que vi hace muchos años en la que un pastor aparece gritando desaforado desde el púlpito: “¡Estoy decidido a que seamos una iglesia conforme al Nuevo Testamento, aunque para ello tengamos que cambiar muchas cosas … del Nuevo Testamento!” Me recuerda la actitud de algunos cristianos hoy.

Jesús demanda a sus discípulos: “que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt.28,20), ¿pero a qué Jesús obedecemos? ¿Hay un Jesús a la medida de cada uno? ¿Hay una verdad a la carta según el sentir de cada uno? Un versículo puede traer luz en medio de tanta confusión y falta de criterio: 1ªPedro 1,22. 

1. EL FUNDAMENTO APOSTÓLICO. “Por la obediencia a la verdad”. ¿Qué verdad?: “obedientes a la verdad de la Palabra de Dios”; en sentido estricto: la revelación de Dios en Jesucristo, de la que dan testimonio sus apóstoles. No hay ninguna alternativa. O bien el cristianismo apostólico, con un Cristo mostrado por los apóstoles, o por el contrario, un cristianismo gaseoso” (Kierkegaard).

Nuestra identidad como discípulos y como iglesia de Jesucristo surge de la predicación apostólica, surge de la Palabra, por eso se somete en obediencia a la Palabra: somos “miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal cabeza del ángulo Jesucristo mismo” (Ef.2,19-20). Ese fundamento da autoridad a la Escritura sobre nosotros como discípulos de Jesús: “Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.” (1ªTes.2,13).

No hay para nosotros otro Jesús que el que se nos da a conocer en la Biblia. Y no podemos conocer a otro Jesús que el que nos reclama obediencia desde la Biblia. “Someterse a la Biblia no es someterse a un libro sino someterse al Dios que habla por medio del libro.” (C. René Padilla). “Si me amáis, guardad mis mandamientos. (…) El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama; (…) El que me ama, mi palabra guardará” (Jn.14:15,21,23). Dicho en pocas palabras: “Es imposible ser un discípulo maduro sin someterse a la autoridad de las Escrituras.” (John Stott)

Recordad: “La hierba se seca, y la flor se cae; mas la palabra del Señor permanece para siempre.” (1ªP.1,24b-25). Y esta Palabra no se nos ha dado para que sea manipulada a conveniencia, como quien se prepara una ensalada en un buffet libre, picando de aquí y de allá según apetencia y conveniencia; se nos ha dado para que sea obedecida. La propia Escritura nos advierte: “Llegará el tiempo en que la gente no escuchará más la sólida y sana enseñanza. Seguirán sus propios deseos y buscarán maestros que les digan lo que sus oídos se mueren por oír.” (2ªTim.4,3-NTV)

2. “AL OBEDECER A LA VERDAD, MEDIANTE EL ESPÍRITU, HABÉIS PURIFICADO VUESTRAS ALMAS” (v.22). Debemos conformar nuestro vivir ético conforme a la instrucción de Aquel a quien decimos reconocer como señor de nuestra vida, aplicarla a situaciones eternas y otras propias de nuestro tiempo. Por eso debemos leer la Biblia con el entendimiento, haciendo el esfuerzo de estudiar y “escudriñar” (Hch.17,11), para no ser llevados, por pereza intelectual, “de todo viento de doctrina” (Ef.4,14), por boca del más ocurrente, o del más “creativo”. Y leer la Biblia con el entendimiento exige, además, hacerlo con sentido común, prestando atención a los diferentes géneros literarios, a los criterios elementales de análisis de un texto, para no decir ocurrencias.

Pero debemos también leer la Biblia “en el Espíritu”. La Biblia es un libro pero es más que un libro: es “la espada del Espíritu” (Ef.6,17), el canal a través del cual el Espíritu Santo interactúa conmigo. El Espíritu Santo ilumina la Palabra en mí, la aplica a mi vida, para que no sea meramente información irrelevante. “La única experiencia cristiana genuina es la que resulta del encuentro con el Señor en la Palabra por la acción del Espíritu Santo.” (C. René Padilla).

3. …. PARA EL AMOR FRATERNAL NO FINGIDO. El Espíritu Santo ilumina la Palabra en mí, la aplica a mi vida, … y así conmueve el alma y mueve la voluntad para obedecer. Seamos eruditos, pero no sólo eruditos en el saber sino eruditos en el vivir, a la luz de la Palabra, por el poder del Espíritu Santo. Su ayuda hace posible que pasemos del plano de la teoría al plano de la vida moral, en términos de “amor fraternal”(v.22) y de todas las virtudes propias del reino de Dios (2,1).

“La vida se sigue viviendo en esta tierra, con las obligaciones personales y sociales propias de nuestro estado o vocación, pero ahora se vive bajo el dominio de Cristo, los principios de Cristo, los valores de Cristo, el ejemplo de Cristo. Es decir, hay una reorientación total de la vida.” (Samuel Escobar). Creer en Jesús y obedecer su Palabra implica un remodelado de la manera de vivir de acuerdo a la enseñanza de la Palabra, según el modelo de Jesús. La exhortación de Dios es rotunda: ‘No os amoldéis al mundo actual, sino sed transformados mediante la renovación de vuestra mente.’ (Rom.12,2a-NVI).”

Por cierto, no podemos testificar del reino de Dios sin vivir a la manera de los valores del reino de Dios. La clave no está en nuestras palabras o eventos sino en mostrarnos a nuestros semejantes transformados en la manera de vivir según la enseñanza de la Palabra y no conformados y conformes a la manera de vivir de quienes la ignoran.

Mi respuesta. “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada” (2,2), la verdad de la Palabra, pura, sin diluirla en agua, sin quitarle su radicalidad, es decir, “dejar que la Palabra de Dios nos diga todo lo que dice” (A.W. Tozer). La misma Biblia declara que en esa radicalidad, a contracorriente de los valores de nuestra sociedad, está su efecto benéfico para nuestras vidas (Sal.19,7-11; 2ªTim.3,16-17).

Cada día tienes que decir qué consejos seguir: tus deseos, tus razonamientos, la corriente que lleva a la mayoría, … o el consejo de Jesucristo plasmado en la Biblia, con el auxilio del Espíritu Santo. Que el Señor Jesús nos lleve a declarar de corazón: “Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino” (Sal.119,105)