Predicación 10 de abril – Emmanuel Buch
Nuestra cultura ha expulsado la voz de la conciencia, el sentido de culpa, como un mero prejuicio castrante de la libertad humana. Existe una culpa que es neurosis obsesiva, un sentimiento de culpabilidad vivido masoquista y neuróticamente. Pero hay un sentido de culpabilidad que resulta sanador porque lleva a la reconciliación con Dios y al crecimiento personal. De esto nos habla el Salmo 130, uno de los siete salmos llamados “penitenciales” (6, 32, 38, 51, 102, 130 y 143).
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1. NEGACIÓN DE LA CULPA. Ante el sentido de culpa sólo caben dos opciones: la negación y la confesión arrepentida. También los discípulos de Jesús enfrentamos esa elección a diario. Lo más fácil es negar la culpa: la culpa de todo la tienen siempre los demás. Esta manera de “acallar la conciencia” es una pendiente resbaladiza que nos lleva progresivamente hasta una “conciencia cauterizada” (1ªTim.4,2), una conciencia “encallecida” (NVI), “muerta” (NVI), que guarda silencio ante nuestras desobediencias a Jesús. La Biblia nos advierte que esa estrategia tiene resultados desoladores en nuestra relación con Dios y para con nosotros mismos: “Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día” (Sal.32,3-NTV).
2. ARREPENTIMIENTO. La otra opción es el arrepentimiento: “Los que encubren sus pecados no prosperarán, pero si los confiesan y los abandonan, recibirán misericordia.” (Prov.28,13-NTV). El Evangelio se resume en “arrepentimiento y perdón de pecados” (Lc.24,47). Arrepentimiento ante Dios, que es confesión quebrantada y cambio de sentido. Y perdón restaurador de Dios.
2.1. Confesión. La culpa reprimida se enquista en el alma y nos reseca espiritualmente. “Sólo la confesión es el verdadero camino para la liberación.” “Finalmente te confesé todos mis pecados y ya no intenté ocultar mi culpa. Me dije: ‘le confesaré mis rebeliones al Señor’, ¡y tú me perdonaste! Toda mi culpa desapareció.” (Sal.32,5-NTV). El Salmista renuncia a la negación de su culpa, toma conciencia de su pecado y, desde lo más profundo de su alma, desde sus entrañas, la confiesa, quebrantado, ante Dios: “Desde lo profundo de mi desesperación, oh Señor, clamo por tu ayuda. Escucha mi clamor, oh Señor. Presta atención a mi oración.” (v.1-2, NTV). Esta es la “tristeza según Dios” que “produce arrepentimiento para salvación” (2ªCor.7,9-10).
2.2. Cambio de sentido. La Biblia no sólo habla de arrepentimiento sino de “frutos dignos de arrepentimiento” (Mt.3,8; Lc.3,8). Solemos hablar del arrepentimiento y la conversión como una metamorfosis, la transformación sobrenatural de un gusano en una mariposa, pero la metamorfosis es un cambio radical que no sólo afecta al gusano en su forma sino también, muy claramente, a su modo de vida (el gusano ya no se arrastra, ahora vuela). No hay cristianismo sin arrepentimiento y no hay vivir cristiano sin frutos de arrepentimiento, sin abandono del pecado.
3. PERDÓN. “Tú no rechazarás un corazón arrepentido y quebrantado, oh Dios” (Sal.51,17b-NTV). Es la misma convicción del salmista: “Señor, si llevaras un registro de nuestros pecados, ¿quién, oh Señor, podría sobrevivir? Pero tú ofreces perdón …” (v.3-4, NTV). Al quebrantamiento por el pecado sigue la experiencia del perdón: “cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia” (Rom.5,20). En el Señor hay misericordia, hay abundante redención (v.5-7). La oscuridad ha quedado atrás, ahora reina la esperanza. Por eso, como el salmista, nos afirmamos en esa promesa de perdón restaurador: (v.5-6). En Jesús el perdón es inmediato (1ª Jn.1,7-9). Un perdón ganado al inmensurable precio del sacrificio de Jesús en la cruz, en tu favor.
4. REVERENCIA ENAMORADA. “En ti hay perdón, para que seas reverenciado” (v.4). … “para que aprendamos a temerte” -NTV. La experiencia del perdón lleva a la transformación, no a la reiteración: “¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Rom.6,1-2). Esa vocación de transformación no nace del miedo; el “temor” es una reverencia enamorada, un deseo de obedecer, inspirado por el amor que nos acoge y restaura. Ese impulso es el que acredita la sinceridad del arrepentimiento. Es el testimonio de aquella mujer que a los pies de Jesús, con sus lágrimas regaba sus pies, con sus cabellos los enjugaba y derramó un frasco de perfume para ungirle (Lc.7,37-38). Una mujer tan pecadora como los demás, pero consciente del mucho perdón recibido. Y por eso amaba mucho a Jesús (v.47). Sólo quien siente de verdad la gravedad de su pecado, agradece de verdad la experiencia del perdón … y busca el poder restaurador de Dios.
4. Mi respuesta. Dios nos libre de ser como aquellos “que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella” (2ªTim.3,5). El pecado no confesado y no rechazado, arruina nuestra relación con el Padre. Digamos como Eliú: “Enséñame tú lo que yo no veo; si hice mal, no lo haré más.” (Job 34,32; Sal.19,12).