Abundante en Amor
El amor De Dios constituye la columna vertebral de la historia bíblica. El amor de Dios alcanza su máxima expresión en la muerte de Jesucristo, que es la manifestación suprema de su amor y compasión por el pecador.
El amor De Dios constituye la columna vertebral de la historia bíblica. El amor de Dios alcanza su máxima expresión en la muerte de Jesucristo, que es la manifestación suprema de su amor y compasión por el pecador.
Es durante el proceso hacía nuestras metas, nuestros objetivos, donde crecemos. En este gran proceso que es nuestra vida, Dios nos está enseñando. ¿Cómo podemos aprender aquello que Dios está tratando de enseñarnos hoy?
En el libro de Hebreos se dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Pero ¿en qué certeza esperaba Jesús? y, en ese mismo sentido, ¿cuál es la esperanza de los cristianos?
Existe un riesgo cuando parece que todo sale de nuestra voluntad. Como si servir a Dios fuera simplemente una decisión que uno toma por sus propias fuerzas, y entonces los débiles caen y los fuertes sobreviven.
Cuando he leído el tema de este 8 de marzo, Igualdad de género hoy para un mañana sostenible, he pensado en las palabras de nuestro Dios escritas en el libro de Génesis, de la Biblia.
Vamos a meditar en como Dios usa las experiencias de nuestra vida para moldearnos, para forjar un carácter que se parezca cada vez más a Jesus. Y para ello, la vida de José es un modelo.
Por muy escandaloso que nos parezca, nada sucede en nuestra vida que Dios no haya permitido. Tanto en lo bueno como en lo malo, Él es consciente y nada le sorprende desprevenido. Pero nuestra condición nos priva de tener una perspectiva eterna para entender el por qué del sufrimiento que sentimos.
Sabemos que el Señor Jesús ha de venir otra vez a este mundo y como creyentes, tenemos la fe y la esperanza de que así pasará. Pero, ¿y si nos dijeran que viene mañana? ¿Cuál sería nuestra reacción?
El amor se expresa en la intensidad de nuestra atención y, por eso, no es posible vivir con lealtades divididas. En la Biblia encontramos el ejemplo de Pablo, que lo perdió todo por ganar a Jesús.
La rebeldía no tiene que ver con las maldades que somos capaces de hacer, se trata más bien de la raíz de lo que somos. Por eso, el bautismo no supone enterrar nuestro mal hacer, sino nuestro propio yo.