Queridos hermanos y hermanas, es un gozo y un privilegio estar aquí hoy compartiendo la Palabra con vosotros. El título de esta reflexión es quizás un poco pretencioso, “Lo único que importa”, pero refleja un sentir profundo que llevo tiempo experimentando. No sé si será la edad, lo confieso, pero me encuentro en un momento de mi vida en el que deseo enfocarme en lo esencial, en lo que verdaderamente trasciende.
Ya no me interesan tanto las discusiones teológicas sutiles, ni los debates sobre actividades y programas. Quiero ir al núcleo, a la raíz de nuestra fe. Por eso, hoy os planteo algunas preguntas sencillas: ¿Para qué sirve la iglesia? ¿Qué es lo esencial en todo ministerio cristiano? ¿Por qué es importante participar y formar parte de una comunidad?
Estas preguntas, aunque sencillas, nos invitan a reflexionar sobre el verdadero propósito de nuestra fe y nuestra vida en comunidad, porque a veces, entre tanta actividad, es fácil perder la perspectiva de lo que realmente importa.
Mirad, la carta de Pablo a los Gálatas es un ejemplo elocuente de lo que era prioritario para él. El amor juega un papel esencial en todo su argumento, es el fundamento sobre el que se construye la iglesia.
Pablo estaba profundamente preocupado por el desvío de los Gálatas hacia un evangelio diferente, un evangelio que los alejaba del núcleo de su fe. Al adentrarnos en esta epístola, encontramos a un Pablo exasperado, no solo porque los Gálatas se habían dejado engañar por falsas enseñanzas, sino porque estas enseñanzas estaban impactando negativamente en su crecimiento espiritual.
Pablo les pregunta: “¿Tan torpes sois? Después de haber comenzado con el Espíritu, ¿pretendéis ahora perfeccionaros por esfuerzos humanos?”. Y continúa diciendo: “¿Quién os estorbó para que dejarais de obedecer a la verdad?”
En Gálatas 3:3
Pablo no solo se preocupa por la doctrina, sino por cómo este falso evangelio está impactando la vida comunitaria de las iglesias. La enseñanza que han adoptado los está llevando a dividirse, a enfrentarse, incluso a “morderse y devorarse unos a otros”. La raíz del problema, según Pablo, es una confianza mal encaminada. En lugar de confiar en la fe y en la obra del Espíritu Santo, han sido persuadidos de que el cumplimiento de la ley mosaica, ciertos elementos de la identidad judía como la circuncisión, guardar las fiestas, etc., es lo que realmente perfeccionará su caminar cristiano.
Pablo enfatiza que la ley, aunque tuvo un propósito en la historia de la salvación, no tiene el poder de transformar la vida, ni la fuerza para que vivamos agradando a Dios.
Como dice en Gálatas, “Si se hubiera promulgado una ley capaz de dar vida, entonces sí que la justicia se basaría en la ley”. Confiar en la ley, según Pablo, es optar por un camino opuesto al del espíritu, un camino de la carne. En este contexto, la carne no se refiere solo a lo físico o carnal, sino a un reino espiritual que se opone al Espíritu de Dios.
Los gálatas habían pasado de la esclavitud de servir a dioses falsos a ser liberados por Dios, pero ahora estaban regresando a esos mismos principios ineficaces
Pablo les dice: “Ciertamente, en otro tiempo, no conociendo a Dios, servíais a los que por naturaleza no son dioses; mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar? Guardáis los días, los meses, los tiempos, los años. Me temo de vosotros, que haya trabajado en vano con vosotros.”
En Gálatas 4:8-11
Lo sorprendente es que Pablo equipara la adoración gentil a dioses falsos con la obediencia a la ley mosaica, porque ambas representan una vida de esclavitud. Estos rudimentos, estas cosas que esclavizan, son fuerzas que explotan las diferencias entre las personas para sembrar discordia y división. La vida bajo la ley, el legalismo, según Pablo, genera resultados carentes de amor, mientras que la vida en libertad en el espíritu produce un fruto que no solo agrada a Dios, sino que construye comunidad y une a los hermanos.
Como dice en Gálatas 5:22-23: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”. Este fruto del espíritu no solo tiene implicaciones personales, sino comunitarias, porque une a los creyentes más allá de sus diferencias.
En resumen, en Gálatas vemos una batalla entre dos fuerzas: la vida en el espíritu frente a la vida en la carne. La carne, entendida como una fuerza compulsiva que se expresa en rebelión contra Dios. Lo que está en juego en esta batalla es el carácter moral de la comunidad. El amor, por tanto, es mucho más que una cualidad entre dos individuos, es la evidencia principal de que el espíritu de Dios está obrando en medio de nosotros y permitiendo nuestra transformación a la imagen de Jesús.
Y llegamos al versículo clave de toda esta argumentación:
“porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión, sino la fe que obra por el amor”.
Gálatas 5:6
Esta afirmación es escandalosa, porque la circuncisión era la señal de pertenecer al pacto de Dios. Rechazarla como algo espiritualmente irrelevante supone negar el carácter exclusivo de Israel como pueblo de Dios. Pero en Cristo, las fronteras se han trascendido. Ahora los gentiles incircuncisos comparten el mismo destino y las mismas promesas que Dios hizo a Abraham.
Como dice en Gálatas 3:26-29: “pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa”.
El lenguaje de este texto es altamente cristocéntrico. Los creyentes de toda clase están en Cristo, son hijos de Dios, han sido bautizados en Cristo, revestidos de Cristo.
Esta unión espiritual con Cristo les da una nueva identidad. Su identidad principal es la de ser hermanos y hermanas, hijos de Dios, que pueden llamar a Dios “Aba Padre”. Dentro de esta identidad, la fe que se expresa mediante el amor ocupa un lugar primordial, como lo único que vale. El amor es la estructura que sujeta el resto de principios, la que unifica toda la ley moral, la que da coherencia a todo. El amor supera las divisiones más profundas del mundo, es la característica definitiva de la comunidad del nuevo pacto, es la fe que obra mediante el amor.
La fe nos lleva a una relación con Dios, pero se evidencia en actos prácticos en beneficio de los demás. La vida colectiva de la comunidad es la encarnación social de Cristo, que se entregó por nosotros y nos amó.
El amor no es una doctrina periférica, sino que la fe en Cristo se expresa mediante el amor. Cuando los cristianos actúan sin amor, anulan el propósito de estar en Cristo. La falta de amor representa una crisis espiritual enorme. Desde tiempos de Lutero, la epístola a los Gálatas ha sido una piedra de toque para defender la justificación por la fe, pero este aspecto doctrinal nos ha llevado a marginar el principal interés pastoral de Pablo: erradicar un cristianismo sin amor.
El amor en Gálatas está íntimamente relacionado con el concepto de libertad. La libertad es el regalo más preciado que Cristo nos ha dado, pero no es una licencia para vivir como queramos, sino una liberación de la esclavitud del pecado y de la ley.
Como dice Gálatas 5:1: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”. La libertad se forja en contraste con la decisión libre de volver a la esclavitud. Como dice en Gálatas 5:13: “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros”.
La carne, como hemos dicho, es cualquier intento de vivir sin el espíritu, de hacer las cosas por y para mí mismo. Para los Gálatas, esto tomaba la forma de volcarse en la ley mosaica. Elegir la carne supone retroceder espiritualmente y termina generando una vida impotente, de pecado, división y separación de Cristo.
Es irónico que los judaizantes dijeran a los Gálatas que una vida sin la ley conduciría al libertinaje, cuando la realidad es que optar por la ley les llevaría a autodestruir su libertad. Nosotros, como cristianos occidentales, tenemos un grado de libertad personal muy grande, pero muchas veces la utilizamos para satisfacer nuestro ego, cayendo en decisiones esclavizadoras.
Ante esta libertad que da miedo, surge el legalismo, que intenta controlar los deseos esclavizadores mediante normas estrictas. El evangelio de Jesucristo, sin embargo, da una respuesta diferente: el cristiano no debe usar su libertad para sí mismo, sino para el beneficio de otros. La liberación se encuentra en la obediencia al mandamiento de servirse por amor. Como dice Pablo, “por medio del amor volveos esclavos unos de otros”. El amor, por definición, se centra en los demás.
Una comunidad como la de los Gálatas solo sobrevivirá si la cohesiona el amor. Sin amor no tiene futuro.
La inquietud pastoral de Pablo es que el amor sea lo primordial, por eso dice en:
Gálatas 5:14: “porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
El amor es el cumplimiento culminante de la ley. La ley tenía la función de contener la maldad hasta que el Mesías resolviera el problema del mal, pero la ley no podía producir amor. Ahora, en la era del espíritu, la función de la ley ha concluido. Para guardar la ley, hay que amar al prójimo, no obedecer ciegamente una serie de normas externas.
Como dice Pablo en Gálatas 6:2: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo”.
La ley encuentra su verdadero sentido en las relaciones de amor y servicio mutuo.
Esta verdad sobre la libertad cristiana puso patas arriba la idea de la vida cristiana que tenían los Gálatas, y debería hacer lo mismo con nosotros. Vivimos en una cultura que gira en torno a satisfacer los deseos del individuo autónomo, nos creemos seres autocreados, emprendedores, cuyo objetivo es la producción del yo. En consecuencia, creemos que todo lo que tenemos es nuestro y que somos libres para hacer con ello lo que queramos. Esta forma de entender la libertad fomenta un mundo de decisiones esclavizadoras que giran en torno al sexo, el poder, el dinero, el estatus, etc.
Los cristianos no somos seres autónomos, ni soberanos, sino responsables unos de otros dentro de una comunidad de fe muy diversa. No somos nuestros propios dioses, sino que le pertenecemos a Dios. El mundo no es lo único que vale, sino la fe que se muestra mediante el amor. No somos liberados para vivir para nosotros mismos, sino para amarnos unos a otros. Vivir conforme a los falsos valores de este mundo es como el regreso de los Gálatas a las cosas débiles e ineficaces que esclavizan en lugar de liberar.
Las palabras de Pablo a los Gálatas tienen mucho que decirnos también acerca de nuestras relaciones en la iglesia: el amor es lo único que puede mantenernos unidos. Nuestra iglesia está formada por personas muy diferentes, con poco en común, pero si no fuera por nuestra unión en Cristo, no habría razón para que aceptemos las demandas de vivir en comunidad. Sin amor, nuestra comunidad se deshará, porque cada uno seguirá sus propios intereses. Buena parte de la división que hay hoy en la iglesia evangélica se disfraza de principios teológicos, pero en el fondo lo que subyace es la incapacidad para amar, escuchar y trabajar juntos.
Por eso, debemos llevar los unos las cargas de los otros, ser humildes, evitar las comparaciones y compartir generosamente. No hay nada más hermoso que vivir en una comunidad que manifiesta este amor práctico.
¿Pero de dónde procede esta clase de amor? ¿Cómo podemos vivir una vida que agrade a Dios? La intención de Pablo al dirigirse a los Gálatas es convencerles de que solo mediante el espíritu es posible la transformación moral del creyente.
Como dice en Gálatas 5:16: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne”.
Los judaizantes enseñaban que la ley era el único medio para superar las pasiones, pero Pablo rechaza esta idea. Para él, los deseos presentan un problema más profundo: el egoísmo interior, el interés propio, la autoindulgencia, el deseo de destacar. La ley no puede liberar a las personas de sí mismas. Solo aquellos que están unidos a Cristo mediante el espíritu pueden vencer.
La respuesta de Pablo a la pregunta de dónde viene el amor es sencilla: viene del espíritu. El primero de los frutos del espíritu es el amor. Pero, ¿cómo se produce esa transformación? Los cristianos tienen que elegir entre el espíritu y la carne. La humanidad es incapaz de superar la carne sin ayuda divina, pero esa ayuda está disponible gratuitamente. El resultado es una visión confiada de la vida cristiana como libertad del pecado, de la carne, de la culpa, del temor a la muerte. Y esta libertad no es individualista, sino colectiva y relacional.
Por eso, debemos buscar el rostro de Dios cada día, caminar en el espíritu, tomar decisiones morales que no nos esclavicen y exhortarnos unos a otros en amor, para tener una fe que actúa por medio del amor. Concluyo esta reflexión recordando que Dios nos ofrece una historia de liberación accesible a todos por medio de la fe en Jesucristo. Como cristianos, estamos llamados a participar en una batalla espiritual contra todo lo que pretenda arruinar la obra de Dios, y en el epicentro de esta batalla está el amor. El amor es el arma principal con el que vencer la carne, las divisiones, los deseos egoístas y cualquier otro elemento que se oponga a Dios.
Este amor es un presagio del futuro de Dios en el presente. Gracias al amor, somos liberados de nosotros mismos para ser semejantes a Jesús. Sé que la palabra amor puede sonar sentimental, que llevar las cargas de otros puede sonar a sutilezas pastorales, pero para Pablo, estas cosas eran reales y formaban parte del arsenal espiritual para vencer todo aquello que corrompe y destruye un mundo que Dios está reclamando para sí.
Por eso, el objetivo de todo lo que hacemos en la iglesia es formar una comunidad vibrante de amor que dé testimonio de la gracia que encontramos en Dios a través de Cristo. Cuando actuamos sin amor, anulamos el propósito de estar en Cristo. Os llamo a la autorreflexión, a no pasar por alto ninguna actitud o palabra falta de amor en nuestras vidas. Y os recuerdo que la diversidad de nuestra iglesia es un regalo de Dios, pero también un desafío. Solo va a sobrevivir si la cohesiona el amor. En medio de un mundo lleno de odio y discriminación, nuestro amor por el diferente, nuestro esfuerzo por construir una comunidad unida, es un testimonio de lo que significa el amor y la gracia derramados por Dios. Que el Señor nos ayude.
Extraído de la predicación de Alberto Moral.