¿Dónde está puesta tu esperanza?

Es posible que nada esté más relacionado con el futuro que la esperanza. 

Lucio Anneo Séneca, filósofo romano de origen hispano, dijo: “En tres tiempos se divide la vida: en presente, pasado y futuro. De éstos, el presente es brevísimo; el futuro, dudoso; el pasado, cierto.”.

Creo que solo podemos estar de acuerdo. Nada puede cambiar el pasado; el pasado está consolidado y, aunque muchas veces desearíamos retroceder en el tiempo para cambiar una decisión, sabemos que no hay vuelta atrás y solo podemos conformarnos con apuntarlo todo en una triste libreta, que llamamos experiencia, a sabiendas que los límites de nuestra habitación están determinados (Hechos 17:26-31).

Igualmente, el presente es brevísimo, apenas somos conscientes de esa realidad instantánea cuando podemos percibir que se ha deslizado entre los dedos de nuestras manos comprobando con sorpresa su naturaleza efímera. En un abrir y cerrar de ojos se ha transformado en pasado, reciente pero pasado…

Así pues, el futuro, ese tiempo que está por llegar y en el que parece que todo podría suceder a voluntad de quien lo contempla, se torna en incertidumbre. En boca de nuestro ilustre filósofo “dudoso” es la palabra que describe el devenir y, seguramente, el adjetivo nos parece acertado a todos.

La definición de la Real Academia de la Lengua Española identifica la duda con una vacilación del ánimo al respecto a algo que está por suceder. Esta perspectiva parece poco intuitiva pero después de una breve reflexión se adivina acertada. No es difícil reconocer ese estado de nuestra alma que no encuentra tranquilidad ni acomodo ante las diferentes alternativas que nuestra mente permite anticipar en algunas de las situaciones de la vida que tenemos por delante.

Como resultará esa intervención quirúrgica que tenemos programada, como pagaremos las facturas a final de mes, que será de nosotros si nos despiden del trabajo, que haremos el resto de nuestra vida si no aprobamos ese examen decisivo, un desencuentro que rompe una amistad, la ruptura de un matrimonio o la muerte de un ser querido son sólo algunos de esos casos que llevan a nuestro alma vagando entre diferentes planteamientos que nos enfrentan a una situación difícil, y no deseada, con unas expectativas frustrantes en las que no podemos encontrar descanso.

A veces parece que los problemas, sobre todo si son ajenos, no son tan grandes, pero esto es solo una ilusión producida por la distancia, y es engañosa. Estas situaciones y otras, que a lo mejor en un momento pueden parecer insignificantes, generan sentimientos de mucho dolor, angustia y depresión.

Dios lo sabe. El mismo Jesucristo lo experimentó cuando habitó entre nosotros y se enfrentó a situaciones verdaderamente difíciles y duras. La Biblia dice que se angustió hasta la muerte (Mateo 26:38), es decir, se angustió y sufrió hasta un nivel difícil de comprender y soportar ¿Cómo lo supero?

Confianza. Literalmente con una actitud confiada, es decir, “con fe”. En el libro de Hebreos se dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Pero ¿en qué certeza esperaba Jesús? y, en ese mismo sentido, ¿cuál es la esperanza de los cristianos? 

Fundamentalmente estamos convencidos y esperamos en nuestro Padre Dios que nos ama y nos busca, que nos tiene en su mente y en su corazón (Juan 3:16). Anhela que nos reconciliemos con Él y también cuidarnos de una forma tierna (Jeremías 29:11 y Lucas 11:11-13). Así pues, confiamos y confirmamos cuando miramos atrás, que Dios cuida de nosotros, que en su mente hay “pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis”. 

Sin embargo, esa fe no se puede entender como un cheque en blanco o un contrato garantizado con coberturas a todo riesgo para que todo vaya por el cauce que queremos y, ya que estamos, con un grado de confort adecuado a nuestras expectativas.

En demasiadas ocasiones erramos al pensar “si Dios me ama entonces…” y a continuación expresamos un deseo que impone condiciones más relacionadas con nuestro bienestar o intereses que con el propósito de superación de esa difícil situación y del crecimiento personal que conlleva. Sin embargo, sabemos que este planteamiento no puede ser prosperado porque Jesús ya lo avisó: “En este mundo tendréis aflicciones, pero ¡tened ánimo! Yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33).

Dios, nuestro Padre, está más interesado en cuidarnos a nosotros que al camino por el que avanzamos. En otras palabras, de ninguna manera podremos evitar que los problemas y las situaciones difíciles que se plantean en ese horizonte, al que llamamos futuro, se presenten en nuestra vida; pero la buena noticia es que para los que amamos a Dios todas las cosas -pasadas, presentes y, por supuesto, futuras- nos ayudan para bien (Romanos 8:28).

Desde luego este no es un planteamiento fácil de asumir, al menos desde el punto de vista de la comodidad y del llamado “derecho a ser feliz”. Por supuesto Dios quiere que seamos felices, pero no deberíamos olvidar que la felicidad no es un objetivo en sí mismo sino algo que siempre se desprenderá de quienes somos y de nuestras decisiones; y es por eso que Dios se preocupa por las personas y no tanto por las circunstancias que las rodean.

Por eso entendemos que nuestra esperanza está en Dios; confiamos (tenemos fe) porque sabemos que, independientemente de lo que haya de venir y de las dificultades que tengamos que afrontar cualesquiera que sean, nuestro Padre nos acompañará, nos consolará y nos cuidará. A veces parece que lo opuesto a la fe y a la esperanza es la desconfianza, pero me parece más acertado hablar de “miedo”. 

Lo opuesto a la esperanza es el miedo. No hay nada peor que vivir con miedo; a perder lo que tienes, a no ser querido o incluso a ser rechazado, al fracaso, a fallar a los que nos rodean y quieren, … El miedo te paraliza, te angustia, te anula… Las palabras de Dios dieron a Josué para afrontar el difícil futuro que tenía por delante, hace solo tres mil quinientos años, fueron; “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.” (Josué 1:9)

Este es también el mensaje para nosotros hoy, esta es nuestra esperanza.