Dios es victorioso sobre toda forma de muerte.
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1. ¡CRISTO HA RESUCITADO! “Todo tiene arreglo menos la muerte”, decimos. Por eso impresiona tanto la visión de un cadáver, porque tiene el sello de lo definitivo, de lo irreversible. Pero DIOS ES VICTORIOSO. Y la suprema manifestación de ese poder vencedor, victorioso en la resurrección de Jesús. Los cristianos declaramos: “Cristo ha resucitado” (1ªCor.15:17,20) Esta es la verdad central del Evangelio, una verdad de todo o nada. “Si Cristo no resucitó, nuestra fe es vana [inútil-NTV]” (1ªCor.15,17).
La “evidencia” más poderosa de tal evento “imposible” fue la transformación de los discípulos. En las primeras horas de la Pasión, mientras Jesús anticipaba lo que iba a padecer y mientras le veían sufrir orando en Getsemaní, ellos presumían de su supuesta lealtad, discutían sobre quien debía ser el más grande, se durmieron en la hora más amarga de Jesús, huyeron presa del pánico cuando le detuvieron y se escondieron tras la crucifixión. Cobardes, desleales e incrédulos. Estos mismos, semanas después, proclamaban a Jesús resucitado con valentía, decisión, entregándolo todo y entregándose del todo, la mayoría de ellos hasta el martirio. ¿Qué había pasado? Habían visto a Jesús resucitado. Lo imposible había sucedido. Y sus vidas fueron transformadas. Fue también el testimonio del apóstol Pablo. Aquel hombre renunció a una posición privilegiada de poder, status social, … y se convirtió en una persona perseguida, golpeada, que todo lo había perdido, no para seguir un concepto teológico o una nueva religión sino para conocer íntimamente a Jesús resucitado, … y participar del poder de su resurrección (Filip.3,10): un poder transformador que alcanza todos los planos de la existencia, pasado, presente y futuro.
2. Dios es victorioso sobre la muerte (pasado). El poder de la resurrección de Jesús alcanza nuestro pasado y lo “resucita”, lo llena de vida por su perdón. Somos pecadores, dice la Biblia. Vivimos “a nuestra manera”, de espaldas, rebeldes para con Dios. Esa rebeldía destruye nuestra relación con Dios. Las consecuencias son eternamente fatales. Pero Jesús trae perdón perfecto que restaura esa relación y nos libra de la culpa y el poder pecado (2ªCor.5,19a). “Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.” (Is.1,18). El perdón es verdadera vida, es resurrección a una vida nueva. Y ese poder de resurrección de una vida esclava del pecado lo logró Jesús con su muerte y su resurrección: “justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Rom.3,24). Así, Dios ya no aparece como Juez sino como nuestro Padre Bueno. Así, “¿Quién nos condenará?” (v.34) ¡Nadie! “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (8,1). Ni aún la muerte (v.38) “nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (v.39).
3. Dios es victorioso sobre la muerte (futuro). El poder de la resurrección de Jesús alcanza nuestro futuro y lo “resucita”, lo llena de vida eterna. La resurrección de Jesús es promesa, garantía y anticipo de la nuestra: “Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho” (1ªCor.15,20). La resurrección de Jesús no fue una mera “reanimación pasajera” (pg. 121), provisional, transitoria, como en el caso de Lázaro o el hijo de la viuda de Naín, sino una “transformación”, “una vida completamente distinta, de una vida incorruptible e imperecedera, a la que ninguna muerte podrá imponerle su ley.” (1ªCor.15,42ss) Y así será nuestra propia resurrección (1ªCor.15,35-36). Ese es el centro de nuestra esperanza. Dijo Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.” (Jn.11,25). Por eso también nosotros decimos como Pablo escribió: “Sorbida [devorada -NTV] es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (….) gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (1ªCor.15,54ss)
La expectativa de eternidad deja de ser una amenaza o una incertidumbre, y se transforma en una expectativa de vida plena, perfecta: “Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.” (Apoc.21,3b-4).
4. Dios es victorioso sobre la muerte (presente). El poder de la resurrección de Jesús alcanza nuestro presente y lo “resucita”. Así es cómo la muerte nos da una lección valiosa para la vida: vivir de otro modo, un nuevo estilo de vida (Rom.6,4), según el carácter de Jesús, en el poder del Espíritu (2ªCor.3,18); para ocuparnos, no de lo mezquino sino de lo que es digno; no de lo pasajero, sino de lo eterno (Fil.4,8-9). Cobran sentido, entonces, los criterios para el vivir que son propios del reino de Dios:
4.1. ¿Dónde está la seguridad, el sosiego, en medio de esta vida incierta? La seguridad perfecta resulta del conocimiento vivo del carácter de Dios y de Sus promesas. Si Dios nos dio a Su propio Hijo, “¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Rom.8,32b). En Él, de su mano, podemos vivir la vida en plenitud -la plenitud incompleta propia de esta vida. En lugar de ceder a la auto-compasión, la frustración, la amargura, podemos agarrarnos de Jesús para vivir con la osadía que nace de la fe en Él: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filip.4,13).
4.2. “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lc.12,15). Creyendo y obedeciendo, somos librados del espejismo de “la vanagloria de la vida” (1ªJn.2,16), librados de la ansiedad que produce la búsqueda de (falsa) seguridad en las realidades materiales; “desasidos de todo” (san Juan de la Cruz), porque la seguridad para la vida ya no depende de nuestros bienes sino de la promesa de Jesús: “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt.28,20).
4.3. “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mt.5,44). Creyendo y obedeciendo, negándonos a identificar a nadie como enemigo, el hombre interior se libera de miserias, para abrirse a “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre …” (Fil.4,8).
PREGUNTAS PARA REFLEXIONAR
¿Te resulta difícil creer en la Resurrección de Jesús?
¿Qué pruebas tienes de que fue verdad?
¿Cómo rebates a alguien que piensa que es un mito?
¿Es una evidencia el cambio de vida de los seguidores de Jesús?
¿Qué significa para ti la Resurrección de Jesús en tu vida diaria?
¿Cuál es tu seguridad y esperanza?
¿Qué lugar ocupa en tu vida los bienes materiales?
¿Y el amor y el perdón?