Los cristianos celebramos la Semana Santa para recordar que Jesús nos reconcilió con Dios por medio de su sacrificio en la cruz.
Pero, ¿que relación se había roto para que fuera necesario restaurarla?
La Biblia nos enseña, en el libro de Génesis, que al comer del árbol de la ciencia el ser humano no sólo tomó conciencia de sí mismo sino que también ejercitó su capacidad para tomar decisiones sin tener en cuenta la voluntad de su creador.
Esa libertad para tomar decisiones, sin contar con Dios y para la que la Biblia emplea una palabra griega que describe a una flecha que no alcanza su objetivo, se llama pecado.
El pecado nos separa de Dios y nos condena a una existencia sujeta a las consecuencias de muchas decisiones centradas sólo en el interés del propio ser humano y sin esperanza. Envidia, odio, rencor, guerra, hambre,….
Pero nuestro creador nos ama y viéndonos prisioneros de nuestras debilidades y de nuestro pecado decidió dar el primer paso para restaurar esa relación rota enviando a su único hijo para que anunciará su buena voluntad y volviera nuestro corazón a Él.
En la antigüedad el precio de esa restauración se saldaba mediante el sacrificio ritual de animales inocentes (palomas, corderos, bueyes, etc,) pero siempre de una forma incompleta y limitada.
Dios decidió acabar con ese legado y se hizo hombre, en la persona de Jesús, para vivir una vida perfecta y sin pecado. Pero fue acusado injustamente por aquellos a quienes venía a rescatar y finalmente fue condenado a morir en una cruz.
Sin embargo el plan de Dios había previsto otro final…, al tercer día resucitó a su Hijo de entre los muertos y vino a ser el primero de una humanidad renovada.
Tal y como dice la Biblia, en el libro de Romanos, el sacrificio de Jesús nos hace dignos de reunirnos de nuevo con nuestro Padre y nos da paz. Su cuerpo y su sangre inocentes pagaron el precio de la reconciliación con nuestro creador.
Ahora toda la humanidad puede acercarse confiadamente delante de Dios, gracias al sacrificio de Jesús en la cruz.