La cultura del Reino

Por Ángel Corros

Antes que todo, debemos reconocer que no se trata de decidir aquí quiénes son los buenos y quiénes los malos, y por tanto qué consideramos proporcionado o justificable. Sin embargo cuando decimos que algo está mal, que es injusto, que los acontecimientos que estamos presenciando en Ucrania están mal, estamos diciendo que algo que debería ser de una determinada manera, no lo es. Significa que las cosas no funcionan según el orden previsto ni cumplen con el propósito que se les había asignado. Y decimos también que algo está mal porque irrumpe y destruye aquello que de algún modo estaba en una situación cuanto menos correcta. Porque la guerra, la violencia, coarta y priva de la libertad a los seres humanos. La guerra, esta y cualquier guerra, cualquiera que sea el modo en que se lleve a cabo, atenta directamente contra la vida de las personas, es opuesta a la cultura del reino de Dios, a sus propósito de paz, y eso es lo que nos hace posicionarnos en contra de este conflicto y pedir y orar por la deposición de las armas y el fin de esta guerra.El ser humano quiere ser libre, ha sido creado para ello, ha nacido para vivir en libertad. Pero la historia de la humanidad nos dice que es el mismo ser humano quien ha privado de libertad a sus semejantes. Así ha sucedido durante siglos. Muchos fueron los que, en nombre del honor, la gloria y la memoria venideras, conquistaron territorios (algunos desconocidos), anexionándolos a sus reinados, haciéndose cada vez más poderosos y pasando a la historia por sus épicas batallas y sus innumerables conquistas: Ciro II, Alejandro Magno, Julio Cesar, Atila, Napoleón o Hitler son recordados por usar sus ideales políticos y/o religiosos para influir en su mundo, pero siempre a través de la fuerza, el temor, las armas y la muerte.

DIOS Y EL MAL

Para intentar traer algo de luz a todo esto, como cristianos y discípulos de Jesús necesitamos conocer qué dice la Biblia en términos generales acerca de la relación de Dios con el mal. Y es que ya para el autor del Génesis, Dios solo puede hacer lo justo (Gn. 18,25), siempre hará lo que es correcto. En otras palabras, Dios nunca hace el mal porque, en su esencia, Dios es amor (1 Jn. 4,8).

Por otro lado, en todo el texto bíblico se hace evidente que nada surge, existe ni perdura independientemente de la voluntad de Dios. Entonces, ¿Dios permite el mal? ¿Permite Dios la guerra?

En el texto de Levítico del Antiguo Testamento se detallan las aplicaciones del amor fraterno y aún se amplían condenando cualquier forma de violencia, incluso aquella que pudiera parecer justificada y que, en varias civilizaciones, se consideraba como un deber sagrado del honor: la venganza[1]. En pleno siglo XXI y a pesar de la sociedad moderna y avanzada que decimos ser, se nos sigue inculcando la necesidad benevolente de imponernos, de matar con el propósito de obtener la paz, el orden y la justicia en nuestra sociedad. Pagar el precio y enfrentar a los enemigos, castigarlos y hacerlos sufrir, privándolos de libertad y si fuera necesario, matarlos[2]. La violencia justiciera que tan acostumbrados estamos a ver. 

Sin embargo, los principios éticos y morales que se desprenden del Antiguo Testamento sobre la violencia, la guerra y el asesinato fluyen directamente del sexto mandamiento: no matarás (Éxodo 20, 13). La idea judeo-cristiana de que el ser humano es imagen y semejanza de su Creador hace que, atacar de cualquier modo a un semejante se convierta en una ofensa directa contra la imagen de Dios y contra Dios mismo. La vida es un don sagrado de Dios. Es una declaración de que los hombres y las mujeres son especiales, creados a imagen de Dios, que la vida es sagrada ante los ojos de Dios. Y también creemos, así lo dice la Biblia, que Dios ha establecido el gobierno humano y ha dado a las autoridades civiles el poder para hacer lo correcto (Rm. 13,1-4). Pero, por desgracia, no siempre sucede así.

Ya San Agustín justificó la guerra como el medio para conseguir la paz: 

Por donde consta que la paz es el deseado fin de la guerra, porque todos los hombres, aun con la guerra buscan la paz, pero ninguno con la paz, busca la guerra.

Hipona, 1994, p. 479

También Santo Tomás de Aquino planteó con mayor claridad el problema de la justicia de la guerra aludiendo a la posible licitud de la guerra en estos términos:

La autoridad del príncipe, por cuyo mandato se ha de hacer la guerra. No pertenece a persona privada declarar la guerra. Del mismo modo, tampoco toca a persona privada convocar la multitud, que es menester hacer en las guerras;  Se requiere justa causa y que sea recta la intención de los combatientes: que se intente o se promueva el bien o que se evite el mal.

Aquino, 1950, p. 216

Parece que ambos planteamientos aceptan un carácter inevitable de la guerra y estarían en sintonía con su necesidad para la supervivencia de los que se ven amenazados, y para justificar la revolución violenta cuando los derechos humanos de una población determinada están siendo vulnerados. En esta misma línea, la teología de la liberación sostiene que cabría la posibilidad de adoptar la violencia solo cuando no exista ninguna otra alternativa viable para detener la violencia institucional.

En una guerra todos hacen, bajo su perspectiva, un uso correcto de la violencia (sí es que esto puede existir); por lo que todos se sienten a la vez legitimados a actuar violentamente en respuesta a la violencia del otro. Con todo, para un cristiano la violencia no es justificable aunque existan motivos que de algún modo la justifiquen. Y, lo digo humildemente, no podemos olvidarnos de algo principal. Y es que la guerra, la violencia, violencia es. Porque sí, busca un fin mayor, pero siempre será en perjuicio del otro. Por lo que el fin mayor trae un mal mayor también, aunque en perspectiva sea este el que intente evitarse. 

Pero es que además en el Nuevo Testamento, en boca de Jesús, se anima a los cristianos a ser mansos y humildes. El manso es el no violento, el que confía en Dios y espera en él, el hombre y la mujer justos y misericordiosos, aquel que no tiene otra alternativa que depender de Dios[3] y no en sus propias fuerzas. 

HACEDORES DE PAZ. PORTADORES DE LO SOBRENATURAL

Jesús nunca hizo uso de la violencia si no que la rechazó (cf. Mt. 26,51-52). La ausencia de violencia en la figura de Cristo debe reflejarse también en sus seguidores, en nosotros. Esta no-violencia debe ser refrendada con la búsqueda de la paz. Una paz que se define no solamente como la ausencia de conflicto armado, sino como la presencia de las condiciones que conducen al bienestar de un pueblo en todas las relaciones sociales y espirituales. Las palabras paz, justicia y salvación son prácticamente sinónimas para describir el bienestar que resulta cuando los seres humanos viven en armonía[4]. Esto es lo que los judíos denominaban como Shalom, el don de Dios a su pueblo. 

Los cristianos no debemos ser agentes pasivos del nuevo reino instaurado por Jesús. La bienaventuranza sobre los pacificadores (Mt. 5,9) no debe verse en términos de pasividad ya que por definición el pacificador es activista. El pacificador es hacedor de paz, trabaja por la paz, se esfuerza porque irrumpa la paz y la justicia del reino de los cielos entre los seres humanos[5]. Y es que el Sermón del Monte describe a los discípulos de Jesús como bienaventurados, y se dice que sus obras sus propias del reino de Dios: serán sal y luz, e iluminando al resto de personas por medio de su carácter y viviendo de acuerdo con las pautas de Jesús, manifestarán la bondad del Padre que está en los cielos y el mundo alabará a Dios por lo que ve (Mt. 5,16).

La violencia sigue siendo la respuesta más humana a la incomprensión del otro. Pienso por un momento en cómo hubiera sido la parábola del buen samaritano si este hubiera sido observador del ataque al hombre que descendía de Jerusalén a Jericó: ¿Se hubiera escondido, o hubiera reaccionado con violencia saliendo al rescate de la víctima? Creo que cuando Jesús narra esta historia no piensa en esta posibilidad, y no solo porque el riesgo que corría el buen samaritano era el mismo (recordad que ese trayecto era en sí peligroso) sino porque Jesús quita de la ecuación la posible intervención violenta del protagonista y lo que resalta es su actuación posterior: la muestra de misericordia. Martin Luther King lo definió muy bien cuando dijo, poniendo palabras en boca del sacerdote: «Si me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué me va a pasar?» Pero luego, el samaritano vino a él, y se invierte la pregunta: «Si no me detengo a ayudar a este hombre, ¿qué va a pasar con él?» Porque en el reino de Dios, en la comunidad de Cristo, la salvación del otro, el bien del prójimo, se coloca siempre antes de todo deseo, interés, bienestar personal o realización propia: Amaos unos a otros como yo os he amado (Jn. 13,34). 

¿Cómo hacer real este amor? Siguiendo el ejemplo de este que se apartó de su camino, corrió un riesgo para atender al herido (Lc. 10, 31). Doliéndonos con los que están sufriendo, moviéndonos a su favor (1 Co. 12,26). Mirando a Jesús en la cruz, mostrando un amor sacrificado, entregado, generoso. Sintiendo y ejemplificando la compasión, que nace de las entrañas, y que no es sino el sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo. Y no hay nada que nos acerque más al que sufre que la oración. La oración entendida no como una retahíla de peticiones, sino como la escucha atenta a Dios en el preludio necesario para la intercesión. 

A veces es fácil pensar que la oración no cambiará nada. Que el universo está cerrado, las cosas están establecidas de tal manera que no pueden cambiarse. Sin embargo, la Biblia no enseña esto. En la Biblia descubrimos que los que oran lo hacen como si sus oraciones pudieran producir una diferencia objetiva; y en efecto, la producían. El apóstol Pablo escribe en 1 Corintios 3,9 que los cristianos somos colaboradores al servicio de Dios; es decir, que estamos trabajando con Dios (co-laborar, laborar/trabajar con) para determinar el resultado de lo que está por suceder. Porque a menudo nos enfrentamos con resignación ante cómo están las cosas diciendo que son así “por la voluntad de Dios”. Pero de nuevo la Biblia nos muestra como Moisés fue osado para orar por cuánto creyó que podía cambiar las cosas, incluso cambiar la mente de Dios. Y es que la Biblia destaca de manera enérgica la apertura al cambio de parte de Dios, quien cambia constantemente de manera de pensar en conformidad con su inmutable amor (Éxodo 32,14; Jonás 3,10).

Tal vez esto te resulte una liberación. Pero también coloca ante nosotros una gran responsabilidad. Y es que estamos trabajando con Dios para determinar el futuro. Ocurrirán ciertas cosas en la historia si oramos correctamente. Debemos cambiar el mundo por medio de la oración. La oración es un abandono de nuestra forma de entender las cosas para mirarlas desde la perspectiva de la cruz, donde todo es posible si se cree (Mr. 9,23). Donde el muerto resucita, donde la esperanza brilla por encima de la oscuridad. Donde la cruz y la tumba quedan vacías para llenar nuestros corazones. La oración es creer que hay posibilidad de cambiar las cosas que parecen inmutables. Solo su amor es inmutable, no cambia para nosotros. Y si Dios es amor, sus respuestas a nuestras oraciones también serán respuestas de amor.

LA CULTURA DEL REINO DE LOS CIELOS

A la luz de los acontecimientos, podemos considerar que esta perspectiva transformadora debe arrojar también luz sobre la idea de que el amor de Dios evidenciado en la muerte de Jesús es símbolo de vida, no solo como una esperanza liberadora para la vida terrenal, sino la esperanza de gloria venidera donde es Jesús quien nos muestra un rostro de Dios que no conocíamos, quien manifiesta en él mismo a un Dios que es por y con nosotros, aquí y ahora de manera sobrenatural, pero también cuando todo se haga nuevo en su reino.

Y es que el amor de Jesús superó y supera en mucho al odio y la violencia. ¿Qué mayor injusticia que la muerte (ejecución), que sigue siendo un pecado y un crimen, de un hombre que es la esencia del amor, de la justicia y de la obediencia a Dios? Y es este Jesús el redentor porque ha invertido una actitud de opresión, injusticia y sufrimiento y ha salido en nuestra búsqueda ofreciéndonos solidaridad y acogiéndonos en su familia, por solidaridad, por amor, sin rituales de reparación o vinculación sacralizante. Si esto es así, que lo es, Jesús también muestra el mismo amor por los violentos y “odiadores”, y en contra de lo que humanamente se podría esperar su reacción hacia estos no es recíproca ni proporcional, sino que la invierte y Jesús se eleva como símbolo de reconciliación sin excepciones. Esto parece verdaderamente una actitud poco humana, sobrenatural, divina. Pero perseguirla es nuestra tarea: “Amad a vuestros enemigos” (Mt. 5,44).

Jesús se presenta como portavoz del Dios redentor que ofrece su vida para que nosotros podamos vivir. El ofrecimiento de Cristo como único mediador, la realidad de la cruz, lo sucedido en Jesús tiene repercusiones en el mundo entero. Si la salvación es sustitución, redención transformación y esperanza, los seres humanos, el mundo entero deber haber sido influenciado por este hecho. Digo más: el mundo tiene que ser influenciado por esta realidad sobrenatural.

Es decir, el hecho de que Dios en Jesús responda con amor ante el pecado del mundo; el hecho de que Jesús mismo responda con su entrega ante el odio experimentado por él mismo y sobre su creación; el hecho de que Jesús responda como sustitución ante la muerte, quiere decir que en la cruz se ha vencido el odio, se ha roto un círculo vicioso del odio que genera odio, de muerte que genera muerte. Su muerte en la cruz establece un acontecimiento en la historia humana que es único e irreversible, y que tiene connotaciones y consecuencias inevitables. “Estas cosas os he hablado para que tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16,33). 

Jesús proclamó el advenimiento de un reino que no pertenecía a este mundo, y se presentó a sí mismo como garantía y realizador del comienzo de dicho reino. En el mensaje de Jesús este reinado no se instauraría de forma política, derrocando al poder vigente, sino de forma personal, en los individuos que entendieran que serían hechos libres para servir a un rey que ellos escogerían libremente por fidelidad en respuesta a lo recibido. Hay quienes entonces habla hoy de corresponsabilidad, haciendo del término algo casi inocuo. Pero para nosotros, la iglesia, la responsabilidad es la respuesta (activa) agradecida ante la gracia recibida. La responsabilidad fraterno-social del cristiano sólo se ejerce de manera integral cuando es también anuncio encarnado de la voluntad benefactora de Dios en Jesucristo en quien desea reconciliar consigo al mundo (2ª Corintios 5,19), recrear a cada persona (2ª Corintios 5,17), restaurar a la humanidad, a toda la creación[6].

Si la iglesia es quien debe transmitir el mensaje del amor de Dios, debe ser agente de reconciliación. “En esto conocerán que sois mis discípulos” (Jn. 13,35).  Creo que esta manera de vivir, de ser iglesia está muy bien resumida en el planteamiento que hace J. Moltmann en su teología de la esperanza, citando la carta a los Hebreos: “No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura” (Heb. 13,14). Esto mantiene a la iglesia en lo que podríamos llamar una “tensión escatológica”, porque ha empezado a vivir de “un mundo nuevo” pero sin embargo sigue viviendo en “el mundo viejo”, un mundo viejo al que ama profundamente, igual que su Maestro (Jn. 3,16), hasta el punto de estar dispuesto a dar la vida por él, para que se salve, para que descubra la novedad de vida del mundo nuevo.

Vivamos entonces como ciudadanos del reino. Confiemos como hijos de Dios. Esperemos en su eterna misericordia. Oremos por el milagro de la Paz. 


[1] P. Buis, El Levítico: la ley de la santidadCuaderno bíblico, Navarra 2003, p.26.

[2] D. Byler, “Educar para la justicia y el perdón”, Cristianismo menonita.

[3] J. Driver, Militantes para un mundo nuevo, 1978, p.55.

[4] Ibíd., p. 61.

[5] Ibíd., p.60.

[6] E. Buch, «Diakonía “trifásica”», Alenarhttp://emmanuelbuch.blogspot.com/2013/11/diakonia-trifasica.html


Ángel Corros Jr. estudia un grado en teología en la facultad SEUT, tiene estudios superiores en Desarrollo de Aplicaciones Informáticas y trabaja en una importante marca del sector automovilístico. Su desarrollo ministerial ha estado enfocado durante años en la creación y apoyo de equipos de liderazgo, discipulando y mentorando jóvenes líderes. Es un apasionado del cine y de los buenos libros, del mar y de la naturaleza. Le gusta la Coca Cola Zero con hielo y y es autor del blog entrajeyzapatillas.