La constitución de los Estados Unidos de Norteamérica anuncia que: “Sostenemos como evidentes en sí mismas estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos”.
La felicidad es pues un derecho inalienable, que es lo mismo que decir que nadie puede quitártelo. Durante mucho tiempo se ha relacionado al Cristianismo con todo lo contrario. Una religión que desprecia la felicidad en la Tierra y la alegría. Es cierto que en estos dos mil años de historia, muchos cristianos han descrito la vida como “ un valle de lágrimas” y un mero tránsito a la eternidad, pero es ese realmente el mensaje de Jesús.
Jesús y sus discípulos se caracterizaron por su alegría y sencillez. Por eso los fariseos le preguntaron porqué sus discípulos no ayunaban. Jesús les contestó que estaban con el esposo en una boda, cuando el se fuera llorarían por su partida.
Dice el catecismo menor de Westminster que “el fin principal del hombre” es “glorificar a Dios y disfrutarlo para siempre”.
Dios creó al hombre y lo rodeó de placeres, le dio cinco sentidos para experimentarlos. Todo lo que hacemos nos produce placer, desde comer, dormir, una caricia, una bella melodía, el aroma de una buena comida. Sentimos placer al sentir y dar amor, al ver reconocido nuestro trabajo o reír de felicidad. Nuestros ojos nos hacen sentir una subida de endorfinas ante un bello paisaje o una cuadro increíble.
Muchos cristianos han tenido un sentido kantiniano de la vida, como si el deber fuera la única forma de vivir una existencia moral. El estoicismo y Kant no forman parte de la realidad del cristianismo, tampoco el aristotelismo o las ideas Santo Tomás.
Dios encuentra nuestros deseos demasiados débiles, nos atamos a los placeres hasta hacernos sus esclavos y dejar que nos gobiernen por completo, Él querría que deseáramos más y cosas mejores. El sexo, el alcohol, el juego se transforman en cárceles asfixiantes que terminan por robarnos la paz, pero Dios es un liberador que quiere sacar la mejor versión de nosotros mismos.
El placer más intenso es ponernos en sintonía con Dios, en paz con Él, entonces el resto de los placeres cobra sentido. El sexo, una buena comida, una charla con los amigos, una canción que te hace emocionarte, todo lo ha creado Dios. La obsesión con nuestra egoísta manera de disfrutar nos lleva a la soledad, nos separa del resto de personas, incluso de las que nos aman, pero el hedonismo cristiano nos reconecta con Dios y con la versión real que Él creo.
El primer milagro de Jesús fue hacer vino por una boda y el final de los tiempos se celebrará con una fiesta. ¿Aún piensas que el cristianismo está en contra del placer?
Por Mario Escobar
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