Nadie es perfecto

“No temas la perfección, nunca la alcanzarás”. 

Salvador Dalí

Resultaba casi imposible no mirar con recelo hacia la declaración tan pesimista del genio Dalí en la etapa floreciente de mis veinte años. Sin embargo, con el pasar de los años vas descubriendo que cada vez encuentras más acertada las palabras del artista. Y ahora, casi una década después, me encuentro a mí misma a menudo repitiéndome estas palabras como quien recita un mantra. Pero, ¿es cierta esta declaración? En una sociedad en la que vivimos donde los índices de insatisfacción personal, moral, corporal, laboral, familiar, etc., se encuentran en aumento como consecuencia de la infructuosa búsqueda de perfección en todos los ámbitos del ser humano, ¿Podemos conformarnos con dar por respuesta las cortas y simples palabras de Salvador Dalí?

En Génesis 1:27 leemos: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó”. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Y así, cuando Dios mira todo cuanto había hecho, he aquí que era bueno en gran manera (vs. 31). Si podemos traducir perfección, palabra que deriva del latín “perfectio”, como la acción de dejar algo acabado. Y definimos a Dios como un ser infinito en si mismo y al cual no hace falta añadir nada que lo mejore. Entonces podemos entender que Dios es perfecto, y que el ser humano creado por Dios a imagen y semejanza suya fue hecho perfecto.

Sin embargo, ¿Qué sucedió con el ser humano para pasar de un ser creado perfecto a un ser imperfecto en sí mismo e incapaz de alcanzar la perfección? Si avanzamos tan solo dos capítulos en Génesis entendemos que la entrada del pecado supondrá una ruptura total del ser humano como ser relacional. En primer lugar la ruptura del ser humano con su creador. Pero en un segundo lugar la ruptura del ser humano consigo mismo que lo vemos representado en Génesis 3: 10 “Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.” La entrada del pecado destruye en nosotros la imagen de Dios. Entendido el pecado no como un acto puntual sino como el detonante de una serie de consecuencias que nos llevan a alejarnos de la perfección con la que fuimos creados. Esta es la ruptura del ser humano consigo mismo. Y por tanto podemos encontrarnos a nosotros mismos afirmando con vehemencia que NADIE ES PERFECTO. Pero, ¿estaríamos en lo correcto?

Nosotros como cristianos, conocemos a uno que sí fue perfecto y que reconcilió mediante su sangre al ser humano no solo con su creador, sino también consigo mismo: JESUCRISTO. En 2ª Corintios 5:17 leemos: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”

Una persona que es reconciliada con Dios, muere al pecado y nace a una nueva vida a través de la conversión. Se restaura la imagen de Dios que estaba destruida a causa del pecado. Y por medio de la santificación somos llevados a la imagen de Jesucristo, reencontrándonos con el ser creado que somos. Es por esto que podemos afirmar que como seres humanos NO SOMOS PERFECTOS, PERO POR MEDIO DE CRISTO SOMOS PERFECCIONADOS. 

Santo Tomás de Aquino, como representante del perfeccionismo, afirmaba que el bien es el fin de un ser, ya que lo hace perfecto. El bien es aquello que perfecciona, aquello que actualiza o que aumenta de alguna manera la existencia de un ser de acuerdo con su naturaleza. Pero la búsqueda del bien como fin de un ser, no puede ser buscado en las propias cosas ya creadas o tangibles como la riqueza, honor, poder, placeres etc. Sino solamente en Dios, quien es el Bien supremo e infinito. “Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien” (Salmo 73:28a). Santo Tomás de esta forma encontraba la explicación del modo por el cual cada ente posee y manifiesta alguna de las perfecciones del Creador, pues cada ente es semejante a Dios en la medida en que de algún modo posee la perfección del ser, que solo a Dios pertenece en modo absoluto. Y de esta forma, toda criatura tiende a Dios como a su fin: el despliegue de toda su capacidad de ser, en lo cual alcanza su máxima perfección, llegando así a la máxima semejanza divina. Es decir, la mejor versión de nosotros mismos, que es la imagen de Dios.

No podría encontrar una mejor forma de terminar que recordando las palabras de Jesús a sus discípulos que se recogen en Mateo 5: 43-48, quien en contraposición con lo dicho por el hombre, se levanta como nueva línea de pensamiento: No busquéis ser como el resto de los publicanos o gentiles. No seáis como el resto de seres humanos que se limitan a ser buenos, sino buscad ser perfectos.

“Sed pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5: 48.

Por Verónica Martínez

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