1. El Sermón del Monte, ¿para quién?
Tomamos prestada la pregunta de un libro de G. Lohfink, a quien recurriremos más adelante, para fijar una cuestión previa a la consideración de cualquiera de las bienaventuranzas. Es fundamental clarificar quiénes son los destinatarios de este mensaje porque implica vivir en radical inconformidad con los valores del mundo. “El Sermón del Monte es la delineación más completa de la contracultura cristiana que existe en el Nuevo Testamento. Aquí está un sistema de valores cristianos, de norma ética, de devoción religiosa, de actitud hacia el dinero, de aspiraciones, de estilo de vida y gama de relaciones del cristiano –todos y cada uno de los cuales están totalmente en discordancia con los del mundo no cristiano. Y esta contracultura cristiana es la vida del reino de Dios, una vida plenamente humana en verdad pero vivida con efectividad bajo el régimen divino.”[i]
Semejante exigencia ha llevado con frecuencia a los discípulos de Jesús a diluir la radicalidad del Sermón del Monte en una solución de religiosidad inocua. Pocos han denunciado tales intentos con la rotundidad de Dietrich Bonhoeffer. Suya es la denominación de “gracia barata”, aplicada a una fe sin la fertilidad de una vida renovada y comprometida con el seguimiento expuesto de Jesús. Su radiografía es certera e implacable: “Nos hemos reunido como cuervos alrededor del cadáver de la gracia barata y hemos chupado de él el veneno que ha hecho morir entre nosotros el seguimiento de Jesús.”[ii] El amparo en cualquier forma de gracia barata supone la irrelevancia de sus discípulos en el mundo.
La comunidad de los discípulos proclama el reinado salvífico de Dios inaugurado en Jesús (sólo) en la medida que encarna los valores del Reino (Mt.5,13-16). Esa es su función: vivir de tal modo que se convierta en una sociedad alternativa, una sociedad de contraste en medio del mundo: “Jesús entiende el pueblo de Dios (…) como una verdadera sociedad contrastante. Esto no es ni mucho menos sinónimo de Estado o nación. Sí lo entiende Jesús como comunidad que constituye su propio ámbito de vida, como comunidad en la que se vive y convive de forma distinta de la que es habitual en el resto del mundo. El pueblo de Dios al que Jesús quiere reunir se podría describir atinadamente como sociedad alternativa. En ella no deben prevalecer las estructuras violentas de los poderes de este mundo, sino la reconciliación y la fraternidad.”[iii] Si los discípulos de Jesús no cumplieran fielmente esta tarea de contraste sólo quedaría una espiritualidad pueril (Troadec), un deslizarse a la vagancia del alma, donde el alma vaga y la decadencia domina (Mounier). “Huir a la invisibilidad es negar el llamamiento. La comunidad de Jesús que quiere ser invisible deja de seguirle.”[iv]
2. ¿Qué es misericordia?
En el Antiguo Testamento los autores bíblicos utilizan en particular el término plural rahamim, “entrañas”, que refiere al seno materno. Las entrañas son el lugar donde brotan los sentimientos más profundos de amor, un amor visceral, intenso, misericordioso. Dios, en efecto, es “misericordioso y compasivo” (Ex.34,6), “Dios se deleita en misericordia” (7,18b).
En el Nuevo Testamento se alude a tres sustantivos distintos para hacerse eco de la complejidad de su significado[v]:
- “Éleos”: designa el hecho de enternecerse, conmoverse, apiadarse, como sentimiento. Lo encontramos en boca de enfermos y necesitados: “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” (Mr.10,47). Pero el referente es Dios, quien se humilla a sí mismo, dándose en Jesucristo de forma gratuita para la salvación de quienes no lo merecen (Ef.2,4-6: “rico en misericordia”; 1ªP.1,3; 2,10).
- “Oiktirmós”: designa la exteriorización de la compasión ante el otro: apiadarse, compadecerse. Somos llamados a ejercer la misericordia a impulsos del amor perdonador recibido de Dios (Col.3,12-13).
- “Splánchna”: designa el “lugar” en donde nace la misericordia (el corazón, las entrañas). La misericordia de Dios para con todos los hombres nace de sus entrañas: “la entrañable misericordia de nuestro Dios” (Lc.1,78), un amor visceral. El verbo que se deriva de ese sustantivo se usa para describir el comportamiento de Jesús (Mr.6,34) y el sentimiento de compasión de los protagonistas de tres parábolas: el señor del siervo malvado (Mt.18,27), el buen samaritano (Lc.10,33) y el padre del hijo pródigo (Lc.15,20); todos fueron “movidos a compasión”. Jesús es sumo sacerdote “misericordioso” (Heb.2,17), y nos invita a recibir misericordia (Heb.4,16). El Evangelio es el anuncio de que “la misericordia triunfa sobre el juicio” (Stg.2,13).
3. Misericordia compasiva
El concepto más cercano a la misericordia es la compasión, un sentimiento interior a la vez que su expresión en actos visibles para con las personas en necesidad, tal como se ejemplifica en el buen samaritano (Lc.10,25-37) y en Jesús, misericordioso sumo sacerdote (Heb.2,17). La compasión divina es “oblación incondicional”[vi], “compasión ilimitada (…) igualarse literalmente con los más desgraciados”[vii]. Así es el testimonio de Jesús: “Su compañía podría caracterizarse como la hez expulsada de la ‘sociedad humana’, su compañía es la clase más baja del pueblo, más aún, son los pecadores y cobradores de impuestos (…); su compañía son, además, los leprosos, de los que todo el mundo huye; los dementes, que no despiertan más que pavor; los enfermos y desgraciados; pobreza y bajeza.”[viii]
Dostoievski describió en sus novelas, mejor que algunos teólogos, el efecto restaurador de la misericordia divina en el ser humano. A partir de su propia experiencia vital sus obras retratan la vida de gente miserable, culpable de muchos males pero redimidos finalmente por el descubrimiento de la misericordia. Lo muestra, por ejemplo, en un pasaje estremecedor de Crimen y Castigo en el que un hombre mezquino que por culpa de su alcoholismo ha hundido en la miseria a su familia y empujado a su hija a la prostitución, declara:
“Todos seremos juzgados por Él, los buenos y los malos. Y nosotros oiremos también su verbo. Él nos dirá: ‘Acercaos, acercaos también vosotros, los bebedores; acercaos, débiles y desvergonzadas criaturas.’ Y todos avanzaremos sin temor y nos detendremos ante Él. Y Él dirá: ‘¡Sois unos cerdos, lleváis el sello de la bestia y como bestias sois, pero venid conmigo también!’ Entonces, los inteligentes y los austeros se volverán hacia Él y exclamarán: ‘Señor, ¿por qué recibes a éstos?’ Y Él responderá: ‘Los recibo, ¡oh sabios!, los recibo, ¡oh personas sensatas!, porque ninguno de ellos se ha considerado jamás digno de este favor.’ Y Él nos tenderá sus divinos brazos y nosotros nos arrojaremos en ellos, deshechos en lágrimas …, y lo comprenderemos todo, entonces lo comprenderemos todo …, y entonces todos comprenderán … también comprenderá Catalina Ivanovna … ¡Señor, venga a nos el tu reino!”[ix]
4. Bienaventurados los misericordiosos
Los discípulos de Jesús, que han experimentado la misericordia divina y viven a diario sustentados por ella, están llamados a reproducirla. Siempre. Sin excepción. Sin desesperar de nadie (Mounier). “[El misericordioso] Se deja encontrar junto a los publicanos y pecadores y lleva gustoso la deshonra de tratar con ellos. Se despojan del bien supremo del hombre, la propia honra y dignidad, y son misericordiosos. Sólo una honra y dignidad conocen: la misericordia de su Señor, de la que viven. Él no se avergonzó de sus discípulos, se convirtió en hermano de los hombres, llevó su ignominia hasta la muerte de cruz.”[x]
Cuando la mirada al otro se nubla por criterios egoístas, el prójimo se convierte en enemigo. Hace setenta años la culpa de todos los males en Europa era de los judíos; hoy es de los extranjeros y emigrantes. Ellos, desde la desesperación de sus vidas varadas, podrían lanzar a tanta gente de orden el mismo reproche que hacía el jugador de Dostoiveski: “no puedo aguantar a las personas honradas a quienes no puede uno acercarse sin miedo”[xi]; y entre esta gente de bien, satisfecha de sí misma, cabría incluir a no pocos creyentes afiliados a un “original cristianismo sin prójimo”[xii] que padecen un déficit severo de misericordia.
Frente a cálculos interesados, avaros de lo propio, la única política digna de los discípulos de Jesús es una política previa a toda política: la política de la Cruz, la política de las bienaventuranzas que nos deja ver en todo semejante el rostro de Dios (Gén.33,10), especialmente en el samaritano, el publicano o la prostituta. No podemos evitar todo el dolor de nuestros semejantes pero, al menos, podemos ofrecerles el consuelo de una cercanía amorosa, podemos “aplicarnos con desvelo para que no existan más ‘lágrimas que nadie consuele’ (cfr. Ecl.4,1).”[xiii]
5. Quienes ofrecen misericordia, la hallan
La promesa de Jesús es que los misericordiosos alcanzarán misericordia pero en realidad ya disfrutan de ella, puesto que se saben viviendo a diario al amparo de la misericordia divina. Delante del pan y de la copa (Pascua) “aprendimos a comprender la historia santa como la historia de la misericordia entrañable que se había desentrañado”[xiv]. Por eso, contra el “autismo del amor”[xv], que es una forma de auto-idolatría, los discípulos de Jesús nos afirmamos como familia de hermanos, resplandor del resplandor del rostro de Jesús, que tiene ya “el aliento del amor”[xvi], hálito de vida que por serlo es expansivo, abierto, derramado en misericordia sobre el próximo y hasta lo último de la tierra.
Emmanuel Buch
Madrid, Diciembre 2018
[i] John Stott: Contracultura cristiana: el Sermón del Monte. Buenos Aires: Ediciones Certeza, 1984. Pg. 20.
[ii] Dietrich Bonhoeffer: El precio de la gracia. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1986. Pg. 23.
[iii] Gerhard Lohfink: “El sermón de la montaña, ¿para quién?” Barcelona: Editorial Herder, 1989. Pg. 63.
[iv] Dietrich Bonhoeffer: El precio de la gracia. Op. Cit. Pg. 74.
[v] Cfr. Coenen, Beyreuther, Bietenhard: Diccionario Teológico del Nuevo Testamento. Vol. III. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1983. Pgs. 99-106.
[vi] S. Kierkegaard: Ejercitación del cristianismo. Madrid: Editorial Trotta, 2009. Pg. 82.
[vii] S. Kierkegaard: Ejercitación del cristianismo. Op. Cit. Pg. 81.
[viii] S. Kierkegaard: Ejercitación del cristianismo. Op. Cit. Pg. 76.
[ix] F. Dostoievski: Crimen y castigo. Barcelona: Editorial Juventud, 2001. Pg. 26.
[x] Dietrich Bonhoeffer: El precio de la gracia. Op. Cit. Pg. 69.
[xi] F. Dostoivesky: El jugador. Madrid: Alianza Editorial, 2011. Pg. 48.
[xii] Miguel Delibes: Madera de héroe. Barcelona: Ediciones Destino, 1992. Pg. 150.
[xiii] Enzo Bianchi: Jesús y las bienaventuranzas. Santander: Sal Terrae, 2012. Pg. 46.
[xiv] Marcelino Legido: Misericordia entrañable. Salamanca: Ediciones Sígueme, 1987. Pg. 11.
[xv] Jean-Luc Marion: Prolegómenos a la caridad. Madrid: Caparrós Editores, 1993. Pg. 92.
[xvi] Marcelino Legido: Misericordia entrañable. Op. Cit. Pg. 322.